Hay un dicho que dice que nunca sabes lo que tienes hasta que lo pierdes. En cierto sentido, tiene razón, y me parece que lo he experimentado por mí misma varias veces. En otro sentido, no, no lo tiene. Yo sé, también en cierto sentido, lo que tengo y que concierne a cierta persona, y no será porque la haya perdido, nunca, nunca, nunca; no la estoy perdiendo y espero no perderla nunca. Nunca, es una palabra muy profunda. Nunca significa en ningún momento, jamás. Y siempre es su antónimo. Y una buena palabra siempre tiene antónimo.
Me gustan las buenas palabras. Me hacen sentir bien. Me hacen sentir que puedo jugar con ellas y tornarlas a mi gusto. Por ejemplo, con una pareja de sinónimo-antónimo, puedes hacer de todo, desde una buena ironía, hasta una antítesis o una paradoja. Me gustan las buenas palabras.
Puede haber una persona, dos, o más, quizás todo el mundo, a la que no le gusten las palabras. Ni las buenas, ni las malas. Personalmente, no creo que haya malas palabras. Unas gustan más, y otras menos. Por ejemplo, si le preguntas a una persona que cuál es su palabra favorita. No prometo nada, pero lo más normal sería que te diga amor, amistad, o algo por estilo. Si me preguntas a mí, puede que te diga que mi palabra favorita es lágrima. En realidad no lo es. Sólo me gusta esa palabra. Lágrima. Es bonita. Es una de mis favoritas, pero no mi favorita. Nunca la diría.
Una palabra buena puede ser juguete para un niño de dos años. Puede ser amigo para un niño de diez. Puede ser amor para uno de veinte, pero también lo puede ser para uno de cien. Cada persona elige las palabras con las que expresarse. Puede escoger entre las buenas y las menos buenas. No creo que nadie te diga que su palabra favorita es matar, o guerra, o algo así. Puede decirlo, sí, pero no sentirlo. Yo digo palabras y las siento. Al igual que tú escuchas música, o lees un libro, o hablas por teléfono, o simplemente vagueas.
Hay gente que dice que no se puede vivir sin las matemáticas. Bien, yo no les contradigo, sólo digo que sin palabras, ya menos letras, no se puede vivir. Es imposible.
Me gustan las buenas palabras. Me hacen sentir bien. Me hacen sentir que puedo jugar con ellas y tornarlas a mi gusto. Por ejemplo, con una pareja de sinónimo-antónimo, puedes hacer de todo, desde una buena ironía, hasta una antítesis o una paradoja. Me gustan las buenas palabras.
Puede haber una persona, dos, o más, quizás todo el mundo, a la que no le gusten las palabras. Ni las buenas, ni las malas. Personalmente, no creo que haya malas palabras. Unas gustan más, y otras menos. Por ejemplo, si le preguntas a una persona que cuál es su palabra favorita. No prometo nada, pero lo más normal sería que te diga amor, amistad, o algo por estilo. Si me preguntas a mí, puede que te diga que mi palabra favorita es lágrima. En realidad no lo es. Sólo me gusta esa palabra. Lágrima. Es bonita. Es una de mis favoritas, pero no mi favorita. Nunca la diría.
Una palabra buena puede ser juguete para un niño de dos años. Puede ser amigo para un niño de diez. Puede ser amor para uno de veinte, pero también lo puede ser para uno de cien. Cada persona elige las palabras con las que expresarse. Puede escoger entre las buenas y las menos buenas. No creo que nadie te diga que su palabra favorita es matar, o guerra, o algo así. Puede decirlo, sí, pero no sentirlo. Yo digo palabras y las siento. Al igual que tú escuchas música, o lees un libro, o hablas por teléfono, o simplemente vagueas.
Hay gente que dice que no se puede vivir sin las matemáticas. Bien, yo no les contradigo, sólo digo que sin palabras, ya menos letras, no se puede vivir. Es imposible.
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